¿Cuántas veces somos maestros año tras año de estudiantes y nunca sabemos cuál es su nombre, sus gustos, de donde procede y su situación económica?
Ese don de ser humanos en el trajinar diario con sus múltiples afanes en ciertas ocasiones se desprende de nosotros, y damos paso a situaciones donde prima el resultado antes que los sentimientos.
Es así como nos sentimos contentos y orgullosos de aquellos estudiantes que sobresalen por su buen rendimiento académico en el área enseñada y no por sus otras virtudes como ser humano.
¿Será acaso que el conocimiento prima sobre la esencia del ser?
Dónde quedan entonces las relaciones con otros sujetos que está ligada a nuestra naturaleza de seres sociales, con la cual enriquecemos nuestro aprendizaje, permeamos la vida de los otros y alimentamos nuestra sabiduría.
Nos olvidamos que trabajando en equipo es como se hace posible romper aquellas barreras, que se vuelven impenetrables para una sola persona.
Cómo pretender que nuestros estudiantes desarrollen su autonomía sino damos viabilidad a que descubran sus potencialidades, exploren diversos conocimientos, seleccionen información y generen espacios de comunicación que den paso a la interacción entre sujetos.
Algún día entenderemos que nuestra labor como docentes no está destinada a transmitir información sino en planear y desarrollar estrategias que permitan guiar un proceso educativo donde los beneficiados sean nuestros estudiantes.
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